Vaya aquelarre el del acto a Garzón en la Universidad Complutense. Cospedal pronosticó que iba a ser un atentado a la democracia y se quedó corta. Fue un acto que se encuentra entre lo horrendo y lo ridículo. Un retorno al guerracivilismo y a las asambleas de facultad del siglo pasado. Fue una competición de dislates totalitarios como si el franquismo siguiera vivo y el Frente Popular tuviera una nueva oportunidad para ganar la guerra. Un trastornado Carlos Jiménez Villarejo dijo que los magistrados del supremo que quieren enjuiciar a Garzón por vulnerar la ley de amnistía son nada menos que cómplices de torturas. El patético Cándido Méndez acusó a la sala segunda de poner en marcha una farsa y de incurrir en una vergüenza histórica. Y el lamentable Toxo pidió la ilegalización de la Falange, como si aquí no hubiera libertad para defender cualquier disparate. Ha quedado patente que los defensores de Garzón son claramente nostálgicos de las mal llamadas democracias populares, es decir, de las dictaduras de partido único que tantas desgracias trajeron y traen a la humanidad. Lo que no pueden consentir es el imperio de la ley, la tutela judicial efectiva y las garantías constitucionales.
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