Más allá del descanso y el ocio, la Semana Santa en España tiene un especial significado religioso, social y cultural. Millones de españoles participan en procesiones y ceremonias litúrgicas preparadas según una tradición que se remonta siglos atrás. Se celebra en todas las ciudades y pueblos españoles. El arte y la cultura crean el escenario para la demostración de un sentimiento religioso cuyo arraigo y sinceridad solo pueden cuestionarse desde posturas ideológicas sectarias. Es evidente que una gran mayoría de españoles consideran a la religión católica como parte sustancial de sus creencias. Hace poco me preguntan si el Estado debe optar por alguna religión. Yo hice referencia expresa a la Constitución, ya que es muy clara cuando proclama que ninguna confesión tendrá carácter estatal, y al mismo tiempo, exige a los poderes públicos una cooperación positiva con todas ellas, haciendo mención expresa a la Iglesia Católica por motivos evidentes que solo puede ignorar la ceguera intelectual del fanatismo. Es España se hacen mezquitas y se permiten espacios para la oración, mientras tanto, en países islámicos se queman iglesias y se persigue a los cristianos. A pesar de ello, hay millones de españoles que sienten devoción y la emoción de la Pasión de Cristo, que es la que se rememora en Semana Santa. Y por su resurrección. Pese a la burda propaganda laicista la inmensa mayoría de españoles tienen fe y viven sus tradiciones. El que para una minoría la Semana Santa sean unas vacaciones no significa que para una mayoría, a demás, sea reflexión, meditación y la construcción anual de un monumento al sufrimiento y la redención del ser humano. La Semana Santa es la fiesta del perdón, abierta a todos los que deseen involucrarse en un ejercicio de pertenencia común por la tradición y la historia. La Semana Santa es tolerancia y acogida, ya que es una fiesta de todos; incluso de quienes la rechazan. La Semana Santa no necesita de la fe para ser entendida, disfrutada o compartida. Todos deberíamos dejarnos alcanzar por su mensaje de esperanza. Vivimos en tiempos difíciles. Cuando Cristo nos dijo en sus apóstoles a todos los cristianos: “Tened confianza”, no nos otorgó inmunidad contra la opresión y la injusticia; pero nos proporcionó el medio para superarlas. Hay que darle a estas palabras toda su amplitud. Quiero decir con ello que no se reduce sólo al espíritu o al individuo, sino que abarca hasta lo social. Vivimos en una sociedad donde el odio, la avaricia, la cobardía y el orgullo hacen que algunas personas prefieran que se suelte a Barrabás y que se entregue a Cristo. Cada cual lleva su cruz. Hace 2000 años tenía un significado de tormento cruel y vergonzoso, al que sólo se condenaba a lo peor de lo peor entre los criminales. Suplicio reservado para los delitos más viles. Se colgaba al reo de la Cruz para que sirviera de escarmiento y vergüenza pública. Es inimaginable pensar el sufrimiento que tuvo que pasar durante la Pasión, si ya el pensar en un simple pinchazo de una aguja ¿Cómo dolerían los clavos? O pensar cuando arrancan la túnica a Jesucristo para crucificarle, recordemos a los doctores que retiran cuidadosamente los apósitos de las llagas. Y nada como el dolor de una Madre cuando en el Descendimiento de la Cruz ponen el cuerpo de Cristo en sus brazos: “¡Hijo mío! ¿Qué haré sin ti? ¿A dónde iré? ¿Quién me remediará?” ”¡Hijo! ¿No me hablas?¿Oh, lengua del cielo que a tantos consolaste con vuestras palabras, a tantos diste habla y vida! ¿Quién os ha puesto tanto silencio, que no habláis a vuestra Madre?”. Tremendo. De esta forma, el signo de la Cruz ha pasado del horror a la gloria; de la vileza del castigo a la bendición; del instrumento disuasorio de los criminales, a una invitación a tomar la Cruz como camino de salvación; del escándalo al amor del crucificado. La Cruz y la Pasión de Cristo van de la mano. Conviene recordar, ahora que se levantan como entonces vientos de contradicción y negaciones, que Dios habló para todos los hombres y latitudes, y que prosigue diciendo su lección de vida eterna, estableciendo vínculos de paz y de comunicación fraterna entre los hombres. Que murió por todos nosotros. Para los cristianos Cristo sigue hablando desde el monte de los Olivos y desde el cerro del Gólgota. España sale a la calle cuando tiene que salir, lo mismo que viene haciendo desde hace siglos, para empaparse de tradición y celebrar la Semana Santa. Para los cristianos la Semana Santa es derrochar amor y misericordia por los necesitados. El amor es siempre lo más grande. Y no me cabe duda que la palabra de Dios es amor, seamos creyentes o no lo seamos. Orgullosos de nuestra Semana Santa.
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